Bolo

No me caía demasiado bien, quizá porque quería demasiado a Beltza y al principio lo veía como un sustituto que además sí que era de ‘marca’, como digo yo, y además era más guapo. Beltza creció conmigo, me escuchaba, me soportaba y me entendía. Todavía conservo en un costado de mi cuerpo una pequeña marca que me hicieron sus colmillos mientras jugaba con él, y mantengo en mi piso de Madrid una foto suya, para que sepa que me acuerdo de él allá donde esté.

Ahora tenemos a Bolo. Es un pastor alemán auténtico, precioso y muy educado. Al principio salió nervioso, pero mi padre le ha dedicado esfuerzos y alguna que otra clase de doma para hacerlo obediente. Y vaya que si lo ha logrado. Hoy hemos ido a caminar y le he sacado una foto. Hay que reconocerlo. Como dirían mis amigos extremeños, es un perro ‘apañao’.